Bajo nuestros pies cansados y errantes se
extiende el páramo en el cual vagabundean aquellos que ya dejaron este mundo
suicida.
Sobre nosotros, todos los sueños de libertad y
demás castillos en el aire que nunca vieron la luz, barridos por las mareas del
tiempo…en un vaivén incesante, nuestras utopías y anhelos por la llegada de un
mundo mejor se sumergen en el olvido.
Vivimos en una ilusión, una nebulosa de
aquello que fue y de lo que podría llegar a ser. Nunca llegamos a apreciar el
momento presente en su totalidad. Y dado que somos seres limitados, con
sentidos que pueden llevarnos a confusiones, nuestra percepción de aquello que
nos rodea puede ser errónea o estar distorsionada.
Sin embargo, ¿hasta qué punto es falsa la imagen
que alguien puede tener?
En el caso de ser capaces de ver fenómenos que
la mayoría no puede percibir con sus sentidos, seremos tachados de enfermos
mentales o, dejando a un lado los eufemismos, de locos. Cuando hablo de “ver”,
no me estoy refiriendo al mero hecho de procesar las imágenes a través de
nuestros ojos y cerebro.
Si no somos demasiado estrechos de miras, nos
daremos cuenta de que hay otra forma de visión; otra manera de ver mediante la
mente, ese órgano etéreo que puede ser tanto un aliado como un obstáculo.
Es esta visión la que nos permite tener una
percepción más amplia y precisa de nuestros alrededores. Se trata de una vista
semejante a la de un halcón o cualquier otro ave de presa. De este modo, se
observan los movimientos del mundo con otra perspectiva; desde la posición de
un testigo que presencia un delito que tiene lugar en la acera de enfrente.
Este testigo no siempre tomará parte en la
acción, por razones que sólo a él le atañen; pero su percepción y visualización
del crimen cometido tendrán consecuencias y repercusiones más adelante.
Las disputas reviven, y el cambio excava en
los estratos del pasado para que podamos seguir señalando con un dedo acusador
a alguien o algo, sea quien sea. Incluso llegamos a señalar a nuestra idea de
“Dios”. Nos basta con culpar al vecino de nuestros males y achaques; basta con
encontrarse a un “extraño” para que nos sintamos aliviados al verter nuestro
odio contra él. Es la manera que tenemos de solucionar nuestros problemas.
Llevamos tiempo caminando sin rumbo sobre los
cadáveres de las personas que fueron arrojadas por la borda de este navío cuyo
nombre es “Humanidad”. Pero lo cierto es que, la triste historia de nuestra
especie raras veces ha visto indicios de dicha “humanidad”. Y estos momentos de
lucidez casi siempre han sido tan breves que se asemejan al rápido arder del
fuego de una cerilla. Muchos de estos momentos pasaran desapercibidos en el
caótico océano que surca nuestro “buque de guerra”.
Todos hemos oído hablar de los asesinatos,
torturas, mutilaciones y demás actos de crueldad. Crecemos escuchando estas y
otras historias que tienen lugar en nuestra sociedad desde tiempos
antediluvianos.
Quizás es demasiado tarde para el perdón y la
compasión. Puede que nunca lleguemos a convertirnos en seres mejores, en seres
humanos. Tenemos la forma, sí, pero en el fondo no somos sino monstruos capaces
de las más terribles atrocidades.
Es posible que el tiempo del Übermensch nunca llegue. El
“superhombre” de Nietzsche no es necesariamente un ser humano mejor, sino un
paso más allá en la escala evolutiva, algo diferente.
Pero el tiempo se nos acaba y los cielos no
derramarán lágrimas con nuestra ausencia.
Nuestra sociedad está basada en la violencia y
en el odio hacia aquello que difiere de lo previamente establecido por una
oligarquía, unos pocos que nos inculcan cuál debe ser nuestra manera de actuar
y pensar.
En los colegios, los niños aprenden a
comportarse igual que lo harán más tarde, durante su vida adulta. Seguiremos
siendo críos incluso cuando hayamos dejado atrás nuestra etapa escolar.
Más adelante, el tedio del día a día nos
obligará a llevar de forma permanente una máscara, caras inexpresivas en un
tren que no lleva a ninguna parte. Sonreiremos al ver alguna aberración en la
pantalla de la televisión. Cenaremos productos químicos y escucharemos por la
radio sólo aquello que debemos escuchar.
Así, con el paso de los años, nos convertimos
en productos, en esclavos de un régimen que se extiende por todos los rincones
de la Tierra. El Estado Mundial ya se está instalando en todos los territorios.
Se cuela por debajo de las puertas de los hogares y observa al detalle cada uno
de nuestros movimientos.
Son el jefe de la tribu y el chamán; el
emperador y el sumo sacerdote.
Mientras mueven sus hilos, se nos mantiene
entretenidos, satisfechos con lo que poseemos, cuando en realidad somos
nosotros, el individuo singular, “el ciudadano de a pie”, los que estamos
siendo consumidos por fuerzas que no alcanzamos a entender. Si tenemos dinero
en los bolsillos y una tele de plasma con cientos de canales, no hemos de
quejarnos. Lo único que nos hará patalear y lloriquear será que nos impidan ver
el “reality show” de las diez y media.
Por la mañana, volveremos a ponernos el
disfraz. Llevaremos a los niños al colegio para que puedan reírse a costa del
más débil, y miraremos el reloj, esperando y contando las horas que quedan para
que empiece nuestro programa favorito.
La verdad es que no hemos cambiado mucho;
cambian las formas, los colores sobre el lienzo, pero en esencia, el retrato de
la sociedad sigue siendo el mismo.
Somos la mosca que da vueltas en el Universo
eternamente, la especie que se aniquila a si misma por puro placer.
Pronto llegarán las guerras, volveremos a
sufrir; las matanzas y las violaciones estarán a la orden del día. La nuestra
es una lucha incesante por el poder.
El poder, ese veneno que guardan para sí unos
pocos, vertiéndolo poco a poco sobre el pan de los más pobres y desgraciados.
Esa ponzoña que hace que nos enfrentemos unos a otros.
Ya casi no queda tiempo para un cambio a
mejor. Solo los ingenuos seguimos teniendo alguna esperanza de que llegue a
ocurrir en nuestro tiempo, en nuestra propia época.
Pero estas esperanzas se tornan en un amargo
desengaño al oír las tristes historias de cada día. Estamos al borde del abismo
y alguien nos tiene en su punto de mira. Ya no habrá vuelta atrás, ni podremos
borrar nuestros actos. Pero es el camino que tomamos hace muchos años. Es la
historia de Caín y Abel elevada al máximo exponente.
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